
Después de retomar la vida deportiva con media hora de natación en las frías aguas de la piscina universitaria, nada mejor que una sesión de cine. Y de las buenas, porque ver en pantalla grande un clásico como "La Dolce Vita" es todo un privilegio. A pesar de sus casi tres horas, Fellini logra de forma magistral mantener el ritmo desenfrenado de la película como una interminable noche de juerga en la que nunca amanece. Eso es "La Dolce Vita": un reflejo de una sociedad que empieza la noche con champagne y termina con la resaca de tenerlo todo y no enterarse de nada. Y ahora me muero de ganas de ver la nueva de Lars von Trier: "Manderlay".